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45 Pág. Rincón policial El inspector Carrados

 

—¡Esto es el colmo! —su bramido tuvo como respuesta el silencio de los Comisarios Jefes, que no se atrevían ni a pestañear—.  Un grupo de periodistas idiotas se dedican a burlarse de nuestra Institución…, como si fuéramos un atado de ineptos.

Se dio vuelta hacia sus cuatro subalternos, quienes trataron de permanecer impasibles, pero sentían el corazón que les latía con fuerza y esperaban horrorizados que la transpiración no aflorara en sus rostros.

—¡¡¡Quiero respuestas, pistas, algo que darles a estas bestias sanguinarias del coliseo romano!!! —calló unos segundos, mientras emprendió su conocido paseo por dentro de su amplia oficina—.  Veamos que han obtenido hasta ahora.

Comenzó el más antiguo de los comisarios: pistas dadas por soplones. Un desdeñoso gesto con la mano le hizo quedar en silencio, siguió con otro de los pobres Jefes de Unidades, pero éste lo miró tranquilamente a los ojos.

—Señor Prefecto, tenemos a buenos funcionarios trabajando en el caso. En mi Unidad ya tenemos  a un sospechoso, pero no hay manera de sacarle una palabra coherente que nos permita llevarlo ante el Tribunal.  Es Juan Diablo, un hampón muy resbaladizo que aparentemente conoce acerca de leyes, pues nos ha amenazado que si lo torturamos y lo hacemos confesar un crimen que no cometió “se irá de espaldas” ante el Juez,  alegará que le sacamos la confesión a golpes. Es un narcotraficante con mucha suerte, mucho dinero y propiedades, pero se las arregla para aparecer limpio, incluso ha sido sospechoso en varios asesinatos.
—Y ¡cómo flautas no va a tener un funcionario capaz de acorralarlo y “abrocharlo” con la confesión!
—Se lo he dicho, señor, pero usted no lo acepta porque lo haya insolente.
—¡Aaaah, no me diga! ¡El famoso Inspector Carrados! —sus ojos estaban inyectados de sangre—. ¡“El Burro Flautista” que le acierta por casualidad!  No, no lo quiero en la investigación…; no quiero saber que se ha metido entre los investigadores. ¡Me oyó, señor  Calderón, de lo contrario buscaré la manera de sancionarlo a usted!
—Señor, el joven Francisco Dellorto, hijo, frecuentaba los locales nocturnos de muy mala reputación, los mismos que Juan Diablo. No olvidemos que el asesinato se cometió en el callejón trasero de la Discoteque  El Infierno, donde este delincuente se dice  vende drogas a los jóvenes incautos.
—Mire Comisario Calderón, no me interesan los detalles… ¡¡¡Quiero que este asunto se aclare de una vez por todas!!!  Y ahora… ¡Fuera, a trabajar! —, la falta de educación del malhumorado y viejo Prefecto, sólo consiguió que los Comisarios se retiraran en silencio sin dirigirle un saludo.